lunes, 31 de agosto de 2009

All happy together

"Los muchachos se entretienen"
(...)
El sábado hubo fiesta, estaban todos. La zorra gomez tenía una casaca blanca que dejaba ver el costado de su carne blanca y blanda, justo a la altura de la panza. Caminaba con gestos amanerados y se mantenía cerca de su gente. Por momentos se quejaba en voz muy baja: había puesto plata y falopa para los demás y se sentía aventajado. Protestaba silenciosamente, ultrajado como si esa guita la hubiera ganado laburando. Al rato se calmaba, seguramente había llegado a la conclusión de que -después de todo- ese es el precio de ser un dirigente astuto.
El enfermito, por supuesto, aprovechaba la volada. Se empolvaba la nariz y de paso le ofrecía un poco a la negra que le anda llorando siempre atrás, una forra desdichada que le miente un tumor para que la siga atendiendo. Hace un tiempo el enfermito y la zorra armaron una alianza, pero duró poco. Anduvieron haciendo purgas y volteando gente hasta que la zorra mostró la hilacha: dijo que un burócrata no pude darse el lujo de arriesgar el culo y el sueldo por un par de pendejos tira bombas, y el enfermito pateó el tablero. Es que si algo le queda al enfermito es ese amor propio de adolescente anarco. Siempre anda enamorado de alguna pendeja diez años mas chica que lo basurea hasta que él, justamente, hace su magia: se para entre las multitudes a afilar la lengua y soltar bombas a troche y moche. Entonces se pone lindo, lindísimo. Y eso, queridos, no lo resigna por nada (y mucho menos, por el buen sueldo de la zorra). Igual siguen amigos, se ofrecen pequeños canjes y cada tanto comparten estrategias, pero eso sí, desde aquella vez se miran con desconfianza.
El legendario llegó tarde y solo. Su mujer está visitando la parentela y si algo odia el legendario es no tener quien lo atienda. Llegó con una viandita light y un juguito edulcorado, justo él, que tantas veces se puso la capucha y tiro piedras y rompió cabezas y aguantó la parada contra la yuta. Ahora, aparentemente, los guisos le caen mal. "De Claypole a Caballito" decía el viejo hace un tiempo y habría que haberlo escuchado. Después cuenta las historias de siempre, pero en el fondo lamenta que entre sus aliados no estén los que alguna vez tomaron vino en cartón con tang de naranja. Del pueblo le queda el olor, las historias y los yeites. Quizás también le quede algo del alma, pero sabe bien que para hacer carrera política es preciso afinar el paladar. Y si algo acaricia el legendario por sobre todas las cosas es su carrera política, su lugar en el movimiento. Entonces lee y escribe, compra comida de marca en Disco y reniega de las garrafas. Con la zorra gomez, por supuesto, son culo y calzón, aunque no hace falta ser muy avispado para saber que en cuanto la zorra pisa afuera de la biblioteca el legendario se lo manduca sin que la pobre zorra tenga tiempo a darse cuenta que las cosas no son como el había leido.

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