miércoles, 31 de marzo de 2010

Lucía

Es aficionada al kick boxing, entrena diariamente contra las paredes de mi panza y aparentemente progresa, porque si intento dormir en una posición que no le convence ya tiene suficiente fuerza como para despertarme y hacer que me de vuelta. Protesta, la niña protesta ante todo lo que la incomoda y a mí no puede más que enorgullecerme estúpidamente su capacidad de resistencia.

Mañana o pasado tendrá su cuna, funcional y de algarrobo, color madera, bien linda. Eso previo pasaje de G. por Pacheco (al fondo, el culo del mundo) y previa averiguación de fletes que tengo que cerrar hoy sin falta.

Es un nombre hermoso. Lula, su nuevo diminutivo, también. Lástima que la convierta en tocaya de un presidente hijoputa.

Fue a la marcha del 24.

Se mueve de un lado al otro cuando su papá le hace mimos con la yema de los dedos (y en esos momentos, por única vez, yo me vuelvo la mera mediación epidérmica de algo que sucede entre ellos y no me incumbe).

Logró lo que nadie había logrado en mi ¿larga? y obstinada vida: que me haga chequeos médicos cotidianos, que no me olvide ni un puto medicamento, que cumpla con todos los análisis y tratamientos que me mandan, que deje de tomar alcohol.

Tiene ropita de colores esperándola y un enterito todo negro (con un babero rayadito blanco y negro, de presa) para cuando le pinte andar medio darky, porque ella debe imaginar y nosotros sabemos muy bien que la vida tampoco es toda flower power.

jueves, 11 de marzo de 2010

11.03

Día cualquiera, piloncito de libros esperando el catálogo. Luz por la ventana y demasiado tiempo que se pierde acá, en esta biblioteca donde hago bastante poco por el mundo, mientras transcurren las siete horas que, mes a mes, brindan mi pan de cada día. Si no fuera tan mundano debería haber algo ritual en todo esto, pero es más bien la vida que se lleva con el lomo imperceptiblemente ladeado, como cansándose.

Recuento: odiar los ciclos y someterse dócilmente a lo peor de ellos. Mi cumpleaños, no festejo pero sí vacio los bolsillos vez tras vez, junto monedas y pelusas para ver dónde hemos llegado (nunca es donde uno pensaba, eso se aprende pronto y es bueno y es malo) y después sigo con cierto sabor a poco, casi todas las veces. Claro que esta vez tiene algo de promesa, la inquietud de lo nuevo, pasaje de fronteras y valijas listas para cambiar radical, súbitamente. Me gusta cambiar, creo que es lo que más me gusta. Pero hacer valijas es siempre tirar cosas, separar la paja del trigo y perder. Siempre (también) perder.

Esto no lo pierdo, recién supe que queda con aquello que conservo porque quiero poder seguir escribiendole a alguien que está a la vez cerca y lejos y la vida ha querido que sea acá (¿o fui yo?). Y como muchos no me dicen feliz cumpleaños, porque se olvidan, dejan el hueco exacto para que yo ahora me cumpla y me celebre. Me gusta. Así que también decidí que cada tanto voy a escribir, y lo decidí de la manera más egoísta. Simplemente convertí esto en el camino de Hansel y Gretel, porque a mi me gusta leer mis propios rastros pero sólo se dejarlos así, escribiendole a otros. Y como en este momento mío no hay otros otros, resulta que toca esto.

Iba a rendir Teoría y Análisis pero el postestructuralismo de Panesi no me gustó y me dio pereza entrar en el vértigo que suponía terminar de estudiar en cuatro días. El embarazo me deja ser un poco más libre (bueno, sólo en sus mejores momentos) así que me di de baja sin culpa ni reproche. Igual, encontré intercambio compensatorio: rindo el coloquio de Problemas de Ética y defiendo un trabajo que critica a Cullen y habla de luchas y piqueteros. No es bueno, pero fue hecho de buena fe, sin pretensiones y para mí, en un intento de experimentar algo que a mí tampoco me terminó convenciendo. Tengo ganas de empezar a cursar. Tengo ganas de dejar de trabajar, al menos de trabajar acá. Tengo miedo de no poder leer nunca tanto como quisiera leer, tengo miedo de no priorizarlo, tengo miedo de no llevar una vida en la que haya paz. Y, a grandes rasgos, podría decir que no tengo miedo de tener una hija. Lucía crece en la panza y no, no tengo miedo.

Feliz cumpleaños para mí.