- Me fui de mi casa, me fui porque la situación era insostenible, estuve parando en lo de unas amigas a las que la madre les había pagado el alquiler por dos años. El alquiler se venció, ninguna estaba trabajando, no sabíamos que hacer. Alquilar otra cosa? No teníamos guita. Entonces nos fuimos a Uruguay, a lo de estas pibas-
Pienso (no puedo evitarlo): qué fácil irse si tu vieja, o alguna otra, te paga dos años de alquiler. Pienso: qué loco que en esos dos años no consigas laburo, no encuentres alguna manera de seguir viviendo sola cuando se acabe la belle epoque, siendo como es J. y sus amigas una chica de clase media con secundario-completo-ingles-buena-presencia-manejo-de-pc-. Pienso también que mi dureza es innecesaria, que todo eso es cierto y también obvio, que hace un tiempo alguien dijo en el cole "siempre es más fácil estar cerca de los que son parecidos a uno, los demás son los que nos cuestan", una boludez que uno ya sabe pero que ese día me puso los puntos, pienso que alguna vez ella y yo, hace 9 o 10 años, tuvimos mucho que decirnos. Pienso también que en mi modo de mirar el mundo recorto siempre lo mismo, marco condiciones de clase, que eso está muy bien pero si sale tan fácil por qué escuchar solamente eso que salta a primera vista, las determinaciones económicas, por qué perderme los modos de existencia que estas condiciones determinan, sus singularidades, sus relieves y problemas. Y no para justificar o comprender, sino para sentir, para profundizar, para pensar problemas que también son los nuestros. Pienso todo esto y se me ve algo en el gesto, la falta de complicidad. Le pregunto: ¿Y en Uruguay donde parabas?
- En lo de esta chica, ella tenía una casa alla- Hace una pausa - Tienen mucha plata-.
Se dice, queda dicho como una condición de posibilidad de todo lo demás. Me relajo entonces, sigo escuchando. J. me habla del año que estuvo allá, me dice que se fue para no hacer nada, que escribió, dibujó, pintó, que caminaba mucho por la playa, que ayudó a unos amigos a hacer su rancho, que comía muy poco y adelgazó muchísimo. Después me cuenta que trabajó de camarera el mes de vacaciones, ahorró y le robaron todo en cabo polonio, entonces volvió. Está parando en la casa de belgrano de la madre que esta vacía toda la semana, los fines de semana anda por ahí para no cruzarse con ella. Había conseguido trabajo en un bar pero dice que un cliente le propuso sexo por plata y se fue, el gerente era un forro además, no quería estar en ese lugar, con esa gente. Hace más de tres meses que está sin laburo. Le digo que son rachas, que finalmente -de algun modo u otro- algo sale. Me dice que si, que reconoce que tampoco está buscando, que cree que cuando ponga la energía en eso algo va a salir.
Pienso muchas cosas. Las primeras, las más obvias, saltan una tras otra con simpleza, son fáciles de pensar, son las cosas que yo pienso de la vida, se me enumeran mientras la escucho, las pienso sin prestarme demasiada atención: qué loco que alguien que podría conseguir laburo sin ningun problema pueda estar así, sin laburar, sin cuestionarse que su propia existencia recae así (siempre, necesariamente) sobre el trabajo ajeno, qué loco que alguien crea que puede ser liberador el hippismo diletante de tres burguesas en una playa uruguaya cuando mientras tanto la mayor parte del puto mundo tiene como única posibilidad de supervivencia vender su fuerza de trabajo, qué loco que con un ámbito familiar tan opresivo uno decida igual que no quiere bancarse un gerente forro. Todo eso se piensa solo, cae como para marcar la distancia de los putos 10 años que pasaron, marca las lineas de trazo grueso que pintan quien soy, así, a rasgos grandísimos.
Nos vamos afuera. Ya fumada y algo conmovida por el encuentro (mi debilidad por el pasado, siempre) trato de ser sincera, tiendo un puente que dice algo que es cierto, trato de decir los problemas que tiene creer que uno debe producir su propia existencia cuando producirla también es producirla en términos capitalistas, cuando uno no cree que se pueda sustraer al capitalismo sino que hay que combatirlo estando, porque "sustraerse" es un privilegio de clase, pero combatir estando también te vuelve alguien que produce, que produce siempre en el capitalismo, incluso cuando busca producir antagonismo. Digo esto pero hablando de otra cosa, de las sensaciones y los matices. - Lo que pasa es que yo tengo que producir, hacer algo, vivir haciendo, no digo laboralmente, de hecho casi nunca es solo laboralmente porque nunca laburé de lo que me gusta, laburo para vivir y además aparte tengo que producir otras cosas, hacer, moverme, siempre, sino siento que todo es esteril, no se qué hacer con mi propia fuerza. Y eso está muy bien, pero tambien no tengo paz, nunca tengo paz, no paro, no se parar. - J. me mira con los ojos grandes y sintiéndose levemente libre ante mí.
Cuando nos conocimos con G. nos gustamos y nos sedujimos partiendo de esa fuerza, la necesidad de nunca parar, de siempre hacer, producir, movernos. Fue nuestra primera complicidad. La potencia de vida es para mí la cosa más hermosa. Una vez el irlandés me mostró su epílogo peronista: "la más grande belleza es una existencia efectiva". Y yo creía eso hacía ya mucho tiempo.
Ayer discutíamos política, yo planteaba unos problemas y G. se ponía febril, pensaba y planteaba posibles líneas de acción, qué hacer, cómo y con quienes. Nos peleamos, como siempre, y yo le dije: es que yo estoy viendo problemas y vos ya me hablás de soluciones. Entonces pensé esto. G y yo odiamos la quietud. G. también odia la angustia, para G. angustiarse es parar. Para mí en cambio la angustia es movimiento, casí la única forma de movimiento que conozco. Pienso que claro, que hace unos meses me preocupa no poder sentir plenitud con nada, y es que de golpe para mí la plenitud es una forma de complacencia, el primer riesgo de detención.
Spinoza dice que las pasiones tristes aplacan la vida, que las pasiones alegres se componen con otras para generar potencia. Yo pienso eso, pero vivo y siento exactamente lo contrario. Y en el medio, para poder ser tengo que no-ser-plena, o para decirlo sencillamente nunca ser feliz. La lógica de la carencia, la lógica del psicoanalisis que sólo puede mover desde la falta y la incompletitud, la lógica existencialista de la angustia. Una mierda.
Me remonto. Pienso que no siempre fui así. Cuando había dejado la facultad (y a F) bailaba tango y era plena y me sentía poderosa, pura potencia y vida. ¿Qué pasó?. En esa época no militaba, pienso. Era un ego desplegando su propia singularidad, un yo que se dedicaba a potenciarse, a componerse sólo con lo que le daba más y más fuerza vital. Pero sola.
Claro. Para mí, además de todo, producir es producir con otros, vivir es vivir con otros. El solipsismo me parece estéril aún en su más vital expresión. Ramón me enseñó eso hace muchos años (quiera o no, Ramón me cambió la vida para siempre). Más allá de las determinaciones de clase, toco un núcleo duro: ahí hay algo de mi modo de sentir que me aleja de J. y su dilentatismo uruguayo. Hacer es hacer con otros, y J. es siempre un laberinto de espejos.
Pienso también que por eso no fuí nunca más a mí última psicologa. Decía mucho eso: vos hacés siempre cosas con otros, pero para vos, para vos como persona, como individuo, nunca tenés tiempo. Eso puede ser una falencia para el psicoanálisis, para mi es una posición política, con todo lo que eso implica, una forma de pensar el mundo y sentir la vida. Una elección. Pero en el medio, perdí aquello de la potencia y la plenitud y el poder en la alegría.
Ahora me toca salir a buscar.
jueves, 20 de agosto de 2009
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