viernes, 21 de agosto de 2009

Pierdo el tiempo en lugar de trabajar, es sabido

Algunas pocas veces (esta vez), en ese perderse mi tiempo soso y lento, encuentro algo, un pequeño hallazgo, que con cierta violencia me saca del letargo para hacerme creer - y soy fácil de convencer - que mi pérdida de tiempo esconde una forma de rebelión constante, pequeña y sostenida, donde por momentos brilla la resistencia en su más espléndida cotideaneidad.
(...)
"Cézanne, pintando tres cebollas sobre una mesa, nos da un sentido más vivo de la presencia del hombre, de su poder creador, de la grandeza y por consiguiente de la responsabilidad de su destino que cincuenta cuadros de Bonnat representando personajes o acontecimientos históricos.
Esto no significa desde luego que es preciso pintar exclusivamente cebollas, sino simplemente que la nobleza del tema no es suficiente para comunicar a la obra de arte su grandeza, y que se pueden defender buenas causas con malas obras. En este caso, por otra parte, se las defiende mal. Picasso no resulta menos entrañable cuando lleva a la tela el Rapto de las sabinas que cuando pinta Las masacres de Corea, Aragon cuando evoca a Aurelien o el rey Boabdil que cuando escribe Los comunistas, Jean Lurcat cuando canta al sol o a un gallo que cuando ilustra el poema Libertad de Eluard. ¿Por qué? Porque toda obra auténtica, al tornar sensible la fuerza y el poder del hombre, del hombre creador, imprime profundamente en nuestro espíritu y nuestro corazón el sello de la belleza del ser humano; crea, por lo mismo, la exigencia de reproducir en la realidad cotidiana la misma dignidad y la misma belleza y nos hace insoportable todo lo que afea, mutila y humilla a los hombres. Precisamente en este nivel de la presencia humana —que torna indivisible forma y contenido de la obra— y no en el de affiche o la directiva circunstancial, el arte desempeña una función didáctica y militante"
Roger Garaudy, Marxismo filosófico y realismo estético.

"Hace tan sólo unos días, Louis Aragon me hacía notar que el rótulo de un hotel de Pourville que tiene escritas en letras rojas las palabras: CASA ROJA, estaba escrito con tales letras y colocado de tal manera que, según un ángulo preciso, visto desde la carretera, "CASA" desaparecía y "ROJA" se leía "POLICÍA"* Esta ilusión óptica no tendría la menor importancia si no fuera porque el mismo día, una o dos horas después, la señora que llamaremos la dama del guante me condujo ante un cuadro modulable como nunca había visto yo otro igual, y que formaba parte del mobiliario de la casa que acababa de alquilar. Es un grabado antiguo que, visto de frente, representa un tigre pero que, por tener fijadas en perpendicular a su superficie unas estrechas tiras verticales que fragmentan a su vez otro motivo, figura, a poco que uno se aleje unos pasos hacia la izquierda, un jarrón, unos pasos hacia la derecha, un ángel. Llamo la atención hacia estos dos hechos, para acabar, porque para mí, en tales condiciones, era inevitable ponerlos en relación y porque me parece especialmente imposible establecer una correlación racional entre ambos.
Espero, en cualquier caso, que la presentación de una serie de observaciones de esta índole y de la que viene a continuación será de naturaleza suficiente como para que algunos hombres se lancen a la calle, tras haberles hecho ser conscientes, si no de su inanidad, al menos de la grave insuficiencia de cualquier cálculo supuestamente riguroso acerca de sí mismos, de cualquier acto que, pudiendo haber sido premeditado, exija aplicarse a él de una manera constante. Como si el viento dispersara las consecuencias del más minúsculo hecho que pueda producirse, si es realmente imprevisto. Y, después de todo esto, que nadie venga a hablarme del trabajo, quiero decir del valor moral del trabajo. Me veo obligado a aceptar la idea de trabajo como necesidad material, y a este respecto no puedo sentirme más que ferviente partidario de su mejor, de su más justo reparto. Que me lo impongan las siniestras obligaciones de la vida sea; que se me pida que crea en el, que venere el mío o el de los demás, nunca. Prefiero, una vez mas caminar a oscuras mejor que tomarme por el que camina iluminado. De nada sirve estar vivo mientras se esta trabajando".
André Breton, Nadja.

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