lunes, 9 de noviembre de 2009

Vivir solo cuesta vida

"Ya se cansó de dormir todo el tiempo en sillones
Y de taparse la boca para no gritar"

Patricio Rey.

(...)

G. estuvo 4 días de viaje. Se fue con sus alumnos a un encuentro sobre jóvenes y memoria en Chapadmalal, volvió anoche. Lo extrañé, nos extrañamos. Fue lindo verlo llegar con su mochilota, le preparé un matambrito a la pizza con unas papitas salteadas con jamón y cebolla. Comida rica y amor. Estuvo bien, estamos muy bien.
Cuando supe que se iba, yo había planeado 4 días de paz. Estudiar, comer livianito, ver alguna peli hasta dormirme temprano, ir a pilates, estudiar y estudiar. Y así fueron los tres primeros días. Hasta que, claro, no se bien porqué, de golpe me encontré a mí misma invitando a unas 10 personas a un asado en casa, para después ir a una fiesta. Volvía en el bondi un rato más tarde y pensaba como cancelar, como bajarme de la moto que yo misma había puesto en marcha. No cancelé, y el sábado tipo 8 empezó a caer la monada.
No estuvo mal, la pasamos bien, nos divertimos. Pero el domingo me desperté con una resaca inmensa, y la sensación de estar descentrada. Es una sensación habitual en mí: descentramiento parece apelar a un centro que no tengo ni deseo, así que quizás enajenada sirva mejor. Algo así como una desconexión con mis propias sensaciones, la leve certeza de irme de mí por momentos demasiado largos. A los 3 minutos recordé, además, que había vomitado en algún momento de la noche (por suerte, una vez que mis invitados habían partido hacía tiempo). Tomé mucho, tomo mucho, y si bien la imagen de mí misma vomitando al lado de la cama no me averguenza (los que se ríen del patetismo ajeno la tienen fácil, es tan sencillo ser de esos que nunca se salen de lugar), lo cierto es que ponerme a limpiar el desastre sintiendome todavía en pedo fue bastante desagradable. Y claro, ese día volvía G. y yo quería recibirlo en una casa limpia y linda. La onda transpoiting no me parece muy sensual.
La sensación de estar enajenada cobra toda su profundidad cuando el alcohol o alguna droga cumple su efecto desinhibidor. Entonces ahí es cuando más noto (en realidad, para ser precisa, lo noto al volver a un estado de sobriedad) que estoy lejos de mí, que por momentos sólo soy una especie de impulso lanzado hacia adelante, como animal herido que chilla y huye. No tengo paz, eso siento. Y no es que emborracharme o drogarme me quite la paz, sino que cuando no la tengo, cuando estoy en una epoca en la que no estoy tranquila, entonces los estimulantes dejan más desnudo el hecho de que ando como bola sin manija.
Esto es histórico en mí. Desde chica forzaba las situaciones hasta llegar a un límite bochornoso que me haga bajar un cambio. Terminar arruinada en el piso de una fiesta mientras me robaban la campera y la plata, a los 15. Emborracharme frente a mi familia una noche y terminar vomitando en un sillón, a los 16. Salir borrachisima de una fiesta y pasar la noche muerta de frío durmiendo en la calle, a los 17. Gritarle en la calle a mi ex-novio que no se hacía cargo de que aún le pasaban cosas conmigo (y él admitiendo: sí, me pasan, pero vos no me hacés bien y mi cabeza me dice que no) y que mi novio actual tuviera que venir a buscarme en el auto una hora después, porque yo estaba vomitando en la calle y la policía me quería llevar, a los 18. Y así sigue la cuenta. Aunque con los años quizás subió la dureza de las drogas y por suerte también bajaron, poco a poco, los niveles de exposición en el ridículo.
Ojo, nada de todo esto fue muy grave, nada que sobrepase lo que un adolescente promedio vive en algún momento de su vida. Lo llamativo, lo singular, es -si se quiere- el mecanismo. Estar mal o intranquila y no poder optar por quedarse en casa, leyendo un libro o viendo una peli. No, así sin paz ponerse bajo los reflectores y soltar la fiera. Eso es lo que siempre me resultó poco saludable, y aún no se extingue en mí. Quizás he aprendido a no ser bochornosa para los demás, me expongo menos, pero la ansiedad sigue ahí (el venenito, le decía mi primera psicóloga, te agarra el venenito). El sábado, por ejemplo, se (aunque nadie lo haya notado) que estuve toda la noche tratando de provocar a uno de mis compañeros de la facu, generarle algún deseo, inutilmente, desgastando energía de seducción en alguien que no deseo y con quien -seguramente- jamás hubiera hecho nada.
Pensando entre resaca, ayer recordaba que hubo una época de mi vida (esa que nombro siempre) donde yo había desarrollado toda una política de cuidado de mí misma. Fue después del último aborto, yo tenía claro que no estaba bien, que no estaba tranquila conmigo, y entonces evitaba exponerme, evitaba las fiestas o las situaciones que me forzaran a estar más enérgica de lo que podía, justamente para no perder contacto con mis sensaciones. ¿Porqué ahora, entonces, no puedo bajarme? Cuando me pienso a mí misma en bienestar, hoy, lo que pienso es que leo, deseo estar más en mi casa, viendo peliculas o leyendo o escribiendo, produciendo, con cierta tranquilidad. ¿Porqué entonces yo misma todo el tiempo elijo lo contrario?
Cuando estoy sola, cuando yo solita tengo que hacerme cargo de mí misma, me cuido más. Si estuviese sola, podría salir menos, pasar más tiempo tranquila y pensando. Eso lo se. Y también se, lo descubrí ayer, que combinar esa política de cuidado de mí misma con el hecho de estar viviendo con G. es lo que me da miedo. Temo volverme un matrimonio de viejos, una pareja sin nada de rock and roll. A eso le tengo pavor. Por eso me fuerzo a poner en marcha los excesos aún cuando no tengo ganas, aún cuando no me hacen bien. Porque vivir con un hombre y pasar los fines de semana leyendo me parece cuajar dentro del esquema "finalmente senté cabeza y dejé de ser una adolescente" cuando yo siempre pensé que eso era un error, una pésima perspectiva de la vida, pura doctrina conservadora, y que se podía crecer sin dejar de vivir intensamente, con todos los excesos que haga falta. No se. Quizás estaría bueno darme tiempo para calmarme, soltar los miedos y ser lo que en cada momento tenga ganas de ser, sin creer que con eso estoy cediendo o perdiendo capacidad de resistencia.
Y es que realmente lo peor no es haber pasado el domingo reventada, con dolor de cabeza y de panza, limpiando los restos de lo que había vomitado.
Lo peor es ser alguien que no encuentra ni un poco de paz.



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